Bienvenidas, alumnas. Este espacio ha sido creado para apoyar las clases de Lenguaje y Comunicación en el tema de la Literatura y el Amor.



A partir de la lectura de los distintos textos que han sido subidos en este blog y de lo mencionado en clases sobre los Géneros Literarios, redacten en grupos de 5 personas un cuento o poema que haga referencia al amor como motivo y tema literario. El cuento puede tener un máximo de dos planas y el poema un máximo de 4 estrofas con 4 versos cada una.

Se evaluará en cada creación la ortografía, estructura formal, redacción, argumento y originalidad; para reforzar la argumentación y la valorización del amor a través del arte, se evaluará de forma individual la participación en el blog, por lo que procuren comentar, opinar, preguntar y discutir en las entradas de sus compañeros.

lunes, 16 de enero de 2012

Poema 20 - Pablo Neruda



Puedo escribir los versos más tristes esta noche.


Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".



El viento de la noche gira en el cielo y canta.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.


En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.


Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.


Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.


Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.


Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.


Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.


La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.


De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer




¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer: cuando el amor se olvida,
¿sabes tú a dónde va?



*


¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¡Que es poesía!, Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.



*

 
Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso..., yo no sé
que te diera por un beso.



*
Nuestra pasión fue un trágico sainete
en cuya absurda fábula
lo cómico y lo grave confundidos
risas y llanto arrancan.


Pero fue lo peor de aquella historia
que al fin de la jornada
a ella tocaron lágrimas y risas
y a mí, sólo las lágrimas.

Werther (argumento) - Goethe

                                                    

La novela narra la historia de el joven Werther en forma epistolar.
El protagonista, a través de estas cartas destinadas a su buen amigo Wilhelm, explica todos los sucesos y experiencias que vive en su traslado a un tranquilo y apacible pueblo llamado Wahlheim, y dedicarse felizmente a la pintura y a la lectura. En este lugar, el joven protagonista se siente feliz rodeado de hermosa naturaleza y gente sencilla. Conoce a una mujer con sus pequeños y dulces hijos, un mozo enamorado de la viuda de la casa donde trabajaba, y al administrador del principe... Toda esta felicidad se incrementa cuando conoce Charlotte S., hija del administrador, en un baile organizado por los jovenes de la localidad al que Werther es invitado.
Se enamora perdidamente de la joven Lotte, a pesar de que ella ya está prometida con un joven llamado Albert. Nunca pierde la fe en creer que ella siente lo mismo por él, y acude a menudo a visitarla y a pasear con ella, envuelto siempre entre escenas idilicas, hogareñas y campestres.
Cuando el prometido de Lotte regresa, Werther se da cuenta de que es un hombre honrado y amable, complicando asi sus agitados sentimientos. La situación para el joven cada vez es peor, así que, guiado por los consejos de su confidente Wilhelm, decide alejarse de Lotte y abandona el pueblo para trabajar en la ciudad como secretario del embajador. Pero las malas relaciones con este, al que describe como insoportable y meticuloso conservador, unidas al odioso comportamiento de la alta sociedad, lo conducen a la renuncia de su cargo, regresando de nuevo a la aldea de Wahlheim. Pero en el pueblo han cambiado muchas cosas, la joven pareja se ha casado, la mujer que encontró al principio le cuenta la muerte de su hijo pequeño, y el mozo, que fue despedido es encarcelado por asesinar a su sustituto, convirtiendo el antes feliz paraje en un lugar insoportable. El carácter de Werther se va trastornando cada vez mas. Lotte, profundamente entristecida por la situación que esta pasando Werther, decide distanciar la relación que durante tanto tiempo los unió. Pero ya todo es inutil. El joven la visita por ultima vez , y antes de el rechazo, consigue abrazarla y besarla. Aquella misma noche, Werther se suicida de un tiro en la cabeza.




Johann Wolfgang von Goethe (28 de agosto de 1749, Alemania - 22 de marzo, Alemania)

La Celestina (fragmento y argumento) - Fernando de Rojas


La comedia o tragicomedia de Calisto y Melibea, compuesta en reprehensión de los locos enamorados que, vencidos en su desordenado apetito, a sus amigas llaman y dicen ser su dios. Así mismo hecha en aviso de los engaños de las alcahuetas y malos y lisonjeros sirvientes.
(Prólogo de Fernando de Rojas-autor)


Argumento de la obra:
La obra comienza cuando Calisto ve casualmente a Melibea en el huerto de su casa, donde ha entrado a buscar un halcón suyo, pidiéndole su amor. Ésta lo rechaza, pero ya es tarde, ha caído violentamente enamorado de Melibea.
Por consejo de su criado Sempronio, Calisto recurre a una vieja prostituta y ahora alcahueta profesional llamada Celestina quien, haciéndose pasar por vendedora de artículos diversos, puede entrar en las casas y de esa manera puede actuar de casamentera o concertar citas de amantes; Celestina también regenta un prostíbulo con dos pupilas, Areúsa y Elicia.
El otro criado de Calisto, Pármeno, cuya madre fue maestra de Celestina, intenta disuadirlo, pero termina despreciado por su señor, al que sólo le importa satisfacer sus deseos, y se une a Sempronio y Celestina para explotar la pasión de Calisto y repartirse los regalos y recompensas que produzca.
Mediante sus habilidades dialécticas y la promesa de conseguir el favor de alguna de sus pupilas, Celestina se atrae la voluntad de Pármeno; y mediante la magia de un conjuro a Plutón, unido a sus habilidades dialécticas, logra asimismo que Melibea se enamore de Calisto. Como premio Celestina recibe una cadena de oro, que será objeto de discordia, pues la codicia la lleva a negarse a compartirla con los criados de Calisto; éstos terminan asesinándola, por lo cual se van presos y son ajusticiados.
Las prostitutas Elicia y Areúsa, que han perdido a Celestina y a sus amantes, traman que el fanfarrón Centurio asesine a Calisto, pero este en realidad solo armará un alboroto. Mientras, Calisto y Melibea gozan de su amor, pero al oír la agitación en la calle y creyendo que sus criados están en peligro, Calisto salta el muro de la casa de su amada, cae y muere. Desesperada Melibea, se suicida y la obra termina con el llanto de Pleberio, padre de Melibea, quien lamenta la muerte de su hija.






ACTO PRIMERO

CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?
CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase y hacer a mí, inmérito, tanta merced que verte alcanzase y en tan conveniente lugar que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Sin duda incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar alcanzar tengo yo a Dios ofrecido, ni otro poder mi voluntad humana puede cumplir. ¿Quién vio en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como ahora el mío? Por cierto los gloriosos santos, que se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo ahora en el acatamiento tuyo. Más ¡oh triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienaventuranza y yo me alegro con recelo del esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar.
MELIBEA.- ¿Por gran premio tienes esto, Calisto?
CALISTO.- Téngolo por tanto en verdad que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus santos, no lo tendría por tanta felicidad.
MELIBEA.- Pues aun más igual galardón te daré yo, si perseveras.
CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído!
MELIBEA.- Mas desaventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será tan fiera cual merece tu loco atrevimiento. Y el intento de tus palabras, Calisto, ha sido de ingenio de tal hombre como tú. ¿Haber de salir para se perder en la virtud de tal mujer como yo? ¡Vete! ¡Vete de ahí, torpe! Que no puede mi paciencia tolerar que haya subido en corazón humano conmigo el ilícito amor comunicar su deleite.
CALISTO.- Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con odio cruel.

Égloga I - Garcilaso de la Vega


El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de contar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,                  
(de pacer olvidadas) escuchando.
Tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin segundo,
agora estés atento sólo y dado                    
el ínclito gobierno del estado
Albano; agora vuelto a la otra parte,
resplandeciente, armado,
representando en tierra el fiero Marte;
                                                
  agora de cuidados enojosos                      
y de negocios libre, por ventura
andes a caza, el monte fatigando
en ardiente jinete, que apresura
el curso tras los ciervos temerosos,
que en vano su morir van dilatando;              
espera, que en tornando
a ser restituido
al ocio ya perdido,
luego verás ejercitar mi pluma
por la infinita innumerable suma                  
de tus virtudes y famosas obras,
antes que me consuma,
faltando a ti, que a todo el mondo sobras.


  En tanto que este tiempo que adivino
viene a sacarme de la deuda un día,               
que se debe a tu fama y a tu gloria
(que es deuda general, no sólo mía,
mas de cualquier ingenio peregrino
que celebra lo digno de memoria),
el árbol de victoria,                             
que ciñe estrechamente
tu gloriosa frente,
dé lugar a la hiedra que se planta
debajo de tu sombra, y se levanta
poco a poco, arrimada a tus loores;               
y en cuanto esto se canta,
escucha tú el cantar de mis pastores.


  Saliendo de las ondas encendido,
rayaba de los montes al altura
el sol, cuando Salicio, recostado                 
al pie de un alta haya en la verdura,
por donde un agua clara con sonido
atravesaba el fresco y verde prado,
él, con canto acordado
al rumor que sonaba,                              
del agua que pasaba,
se quejaba tan dulce y blandamente
como si no estuviera de allí ausente
la que de su dolor culpa tenía;
y así, como presente,                             
razonando con ella, le decía:


Salicio:


  ¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!,
estoy muriendo, y aún la vida temo;              
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,                                
y de mí mismo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.            


  El sol tiende los rayos de su lumbre
por montes y por valles, despertando
las aves y animales y la gente:
cuál por el aire claro va volando,
cuál por el verde valle o alta cumbre             
paciendo va segura y libremente,
cuál con el sol presente
va de nuevo al oficio,
y al usado ejercicio
do su natura o menester le inclina,               
siempre está en llanto esta ánima mezquina,
cuando la sombra el mondo va cubriendo,
o la luz se avecina.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.


  ¿Y tú, de esta mi vida ya olvidada,            
sin mostrar un pequeño sentimiento
de que por ti Salicio triste muera,
dejas llevar (¡desconocida!) al viento
el amor y la fe que ser guardada
eternamente sólo a mí debiera?                    
¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,
(pues ves desde tu altura
esta falsa perjura
causar la muerte de un estrecho amigo)
no recibe del cielo algún castigo?                
Si en pago del amor yo estoy muriendo,
¿qué hará el enemigo?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.


  Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento               
del solitario monte me agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
¡Ay, cuánto me engañaba!                          
¡Ay, cuán diferente era
y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja, repitiendo                 
la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.


  ¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,
(reputándolo yo por desvarío)
vi mi mal entre sueños, desdichado!               
Soñaba que en el tiempo del estío
llevaba, por pasar allí la sienta,
a beber en el Tajo mi ganado;
y después de llegado,
sin saber de cuál arte,                           
por desusada parte
y por nuevo camino el agua se iba;
ardiendo yo con la calor estiva,
el curso enajenado iba siguiendo
del agua fugitiva.                                
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.


  Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?                 
¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
de tus hermosos brazos anudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada hiedra,                           
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.             


  ¿Qué no se esperará de aquí adelante,
por difícil que sea y por incierto?
O ¿qué discordia no será juntada?,
y juntamente ¿qué tendrá por cierto,
o qué de hoy más no temerá el amante,             
siendo a todo materia por ti dada?
Cuando tú enajenada
de mi cuidado fuiste,
notable causa diste,
y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,         
que el más seguro tema con recelo
perder lo que estuviere poseyendo.
Salid fuera sin duelo,
salid sin duelo, lágrimas, corriendo.


  Materia diste al mundo de esperanza             
de alcanzar lo imposible y no pensado,
y de hacer juntar lo diferente,
dando a quien diste el corazón malvado,
quitándolo de mí con tal mudanza
que siempre sonará de gente en gente.             
La cordera paciente
con el lobo hambriento
hará su ayuntamiento,
y con las simples aves sin ruido
harán las bravas sierpes ya su nido;              
que mayor diferencia comprendo
de ti al que has escogido.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.


  Siempre de nueva leche en el verano
y en el invierno abundo; en mi majada            
la manteca y el queso está sobrado;
de mi cantar, pues, yo te vi agradada
tanto que no pudiera el mantuano
Títiro ser de ti más alabado.
No soy, pues, bien mirado,                        
tan disforme ni feo;
que aún agora me veo
en esta agua que corre clara y pura,
y cierto no trocara mi figura
con ese que de mí se está riendo;                 
¡trocara mi ventura!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.


  ¿Cómo te vine en tanto menosprecio?
¿Cómo te fui tan presto aborrecible?
¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?             
Si no tuvieras condición terrible,
siempre fuera tenido de ti en precio,
y no viera de ti este apartamiento.
¿No sabes que sin cuento
buscan en el estío                               
mis ovejas el frío
de la sierra de Cuenca, y el gobierno
del abrigado Estremo en el invierno?
Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo
me estoy en llanto eterno!                        
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.


  Con mi llorar las piedras enternecen
su natural dureza y la quebrantan;
los árboles parece que se inclinan:
las aves que me escuchan, cuando cantan,          
con diferente voz se condolecen,
y mi morir cantando me adivinan.
Las fieras, que reclinan
su cuerpo fatigado,
dejan el sosegado                                
sueño por escuchar mi llanto triste.
Tú sola contra mí te endureciste,
los ojos aún siquiera no volviendo
a lo que tú hiciste.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.           
 
  Mas ya que a socorrerme aquí no vienes,
no dejes el lugar que tanto amaste,
que bien podrás venir de mí segura;
yo dejaré el lugar do me dejaste;               
ven, si por sólo esto te detienes;                
ves aquí un prado lleno de verdura,
ves aquí una espesura,
ves aquí una agua clara,
en otro tiempo cara,                            
a quien de ti con lágrimas me quejo.             
Quizá aquí hallarás (pues yo me alejo)
al que todo mi bien quitarme puede;
que pues el bien le dejo,
no es mucho que el lugar también le quede.      


  Aquí dio fin a su cantar Salicio,              
y suspirando en el postrero acento,
soltó de llanto una profunda vena.
Queriendo el monte al grave sentimiento
de aquel dolor en algo ser propicio,            
con la pesada voz retumba y suena.               
La blanca Filomena,
casi como dolida
y a compasión movida,
dulcemente responde al son lloroso.             
Lo que cantó tras esto Nemoroso                   
decidlo vos Piérides, que tanto
no puedo yo, ni oso,
que siento enflaquecer mi débil canto.


Nemoroso:


  Corrientes aguas, puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,           
verde prado, de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno:
yo me vi tan ajeno                                
del grave mal que siento,
que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría                   
por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría.


  Y en este mismo valle, donde agora
me entristezco y me canso, en el reposo
estuve ya contento y descansado.                  
¡Oh bien caduco, vano y presuroso!
Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora,
que despertando, a Elisa vi a mi lado.
¡Oh miserable hado!
¡Oh tela delicada,                                
antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!
Más convenible fuera aquesta suerte
a los cansados años de mi vida,
que es más que el hierro fuerte,                  
pues no la ha quebrantado tu partida.


  ¿Dó están agora aquellos claros ojos
que llevaban tras sí, como colgada,
mi ánima doquier que ellos se volvían?
¿Dó está la blanca mano delicada,                
llena de vencimientos y despojos
que de mí mis sentidos le ofrecían?
Los cabellos que vían
con gran desprecio al oro,
como a menor tesoro,                             
¿adónde están?  ¿Adónde el blando pecho?
¿Dó la columna que el dorado techo
con presunción graciosa sostenía?
Aquesto todo agora ya se encierra,
por desventura mía,                               
en la fría, desierta y dura tierra.


  ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
que había de ver con largo apartamiento           
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?
El cielo en mis dolores
cargó la mano tanto,
que a sempiterno llanto                          
y a triste soledad me ha condenado;
y lo que siento más es verme atado
a la pesada vida y enojosa,
solo, desamparado,
ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa.          


  Después que nos dejaste, nunca pace
en hartura el ganado ya, ni acude
el campo al labrador con mano llena.
No hay bien que en mal no se convierta y mude:
la mala hierba al trigo ahoga, y nace            
en lugar suyo la infelice avena;
la tierra, que de buena
gana nos producía
flores con que solía
quitar en sólo vellas mil enojos,                
produce agora en cambio estos abrojos,
ya de rigor de espinas intratable;
yo hago con mis ojos
crecer, llorando, el fruto miserable.


  Como al partir del sol la sombra crece,        
y en cayendo su rayo se levanta
la negra escuridad que el mundo cubre,
de do viene el temor que nos espanta,
y la medrosa forma en que se ofrece
aquello que la noche nos encubre,                
hasta que el sol descubre
su luz pura y hermosa:
tal es la tenebrosa
noche de tu partir, en que he quedado
de sombra y de temor atormentado,                
hasta que muerte el tiempo determine
que a ver el deseado
sol de tu clara vista me encamine.


  Cual suele el ruiseñor con triste canto
quejarse, entre las hojas escondido,             
del duro labrador, que cautamente
le despojó su caro y dulce nido
de los tiernos hijuelos, entre tanto
que del amado ramo estaba ausente,
y aquel dolor que siente                          
con diferencia tanta
por la dulce garganta
despide, y a su canto el aire suena,
y la callada noche no refrena
su lamentable oficio y sus querellas,             
trayendo de su pena
al cielo por testigo y las estrellas;


  desta manera suelto yo la rienda
a mi dolor, y así me quejo en vano
de la dureza de la muerte airada.                 
Ella en mi corazón metió la mano,
y de allí me llevó mi dulce prenda,
que aquél era su nido y su morada.
¡Ay muerte arrebatada!
Por ti me estoy quejando                          
al cielo y enojando
con importuno llanto al mundo todo:
tan desigual dolor no sufre modo.
No me podrán quitar el dolorido
sentir, si ya del todo                            
primero no me quitan el sentido.


  Una parte guardé de tus cabellos,
Elisa, envueltos en un blanco paño,
que nunca de mi seno se me apartan;
descójolos, y de un dolor tamaño                  
enternecerme siento, que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan.
Sin que de allí se partan,
con sospiros calientes,
más que la llama ardientes,                       
los enjugo del llanto, y de consuno
casi los paso y cuento uno a uno;
juntándolos, con un cordón los ato.
Tras esto el importuno
dolor me deja descansar un rato.                  


  Mas luego a la memoria se me ofrece
aquella noche tenebrosa, escura,
que siempre aflige esta ánima mezquina
con la memoria de mi desventura
Verte presente agora me parece                    
en aquel duro trance de Lucina,
y aquella voz divina,
con cuyo son y acentos
a los airados vientos
pudieras amansar, que agora es muda.              
Me parece que oigo que a la cruda,
inexorable diosa demandabas
en aquel paso ayuda;
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?


  ¿Ibate tanto en perseguir las fieras?           
¿Ibate tanto en un pastor dormido?
¿Cosa pudo bastar a tal crüeza,
que, conmovida a compasión, oído
a los votos y lágrimas no dieras,
por no ver hecha tierra tal belleza,              
o no ver la tristeza
en que tu Nemoroso
queda, que su reposo
era seguir tu oficio, persiguiendo
las fieras por los monte, y ofreciendo            
a tus sagradas aras los despojos?
¿Y tú, ingrata, riendo
dejas morir mi bien ante los ojos?


  Divina Elisa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,                
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo, y verme libre pueda,
y en la tercera rueda,                            
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos,
do descansar y siempre pueda verte                
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?


            ------


  Nunca pusieran fin al triste lloro
los pastores, ni fueran acabadas
las canciones que sólo el monte oía,              
si mirando las nubes coloradas,
al tramontar del sol bordadas de oro,
no vieran que era ya pasado el día,
la sombra se veía
venir corriendo apriesa                           
ya por la falda espesa
del altísimo monte, y recordando
ambos como de sueño, y acabando
el fugitivo sol, de luz escaso,
su ganado llevando,                               
se fueran recogiendo paso a paso.




Garcilaso de la Vega  (1501-1536)

Sonetos de Dante para Beatriz



Tan gentil y tan honesta luce
mi dama cuando a alguien saluda,
que toda lengua temblando enmudece,
y no se atreven los ojos a mirarla.


Ella pasa, sintiéndose alabada,
benignamente de humildad vestida;
pareciera ser algo venido
del cielo a la tierra a mostrar un milagro.


Se muestra tan agradable a quien la mira,
que por los ojos procura al corazón gran dulzura,
incomprensible para quien no la experimenta.


Y parece que de sus labios surgiera
un espíritu suave de amor pleno
que al alma va diciendo: ¡Suspira!






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Ve claramente su luz
quien a mi dama entre las damas mira;
las que con ella van se ven obligadas
de agradecer a Dios tan bella gracia.


Y su belleza es de tanta virtud,
que a las demás ninguna envidia alcanza,
y así con ella las hace andar vestidas
de gentileza, amor y fe.


Verla vuelve a toda cosa humilde,
y no solo ella se hace ver agradable
sino que cada una por ella recibe honor.


Y hay en sus actos tanta gentileza
que nadie puede traerla a la memoria
sin suspirar de dulzura y de amor.






Dante Alighieri - La Divina Comedia


(Florencia, 1265 – Rábena,1321)

Tristán e Isolda


Meliadus, señor de Lyonesse había estado en guerra con otro señor llamado Morgan. Cuando por fin habían llegado a un pacto de paz, Meliadus decidió partir a Cornualles donde el rey Mark gobernaba. Allí demostró sus habilidades durante un torneo en el que salió campeón. Inmediatamente, la hermana de Mark, Blanchefleur, se enamoró perdidamente del caballero victorioso quien le pidió la mano. Pero el Rey Mark lo prohibió obstinadamente lo que no impidió que los amantes se casaran en secreto.


Luego de haber tenido un hijo a quien llamaron Tristán, los rumores de que Meliadus había muerto llegaron a la Corte y Blanchefleur murió de pena.


Así el niño Tristán creció desconociendo quiénes eran sus padres y fue educado por el fiel servidor de Blanchefleur, Kurvenal. Él lo educó tanto en el manejo de las armas como en el arte, y el joven pronto aprendió a tocar muy bien el arpa.


Cuando Tristán tuvo suficiente edad, salió en busca de aventuras, hasta que el destino lo llevó a las puertas del castillo del Rey Mark, en Cornualles. Allí se enteró de la verdadera historia de su linaje y fue recibido muy atentamente. Decidió vengar la muerte de su padre retando a combate a Morgan a quien terminó venciendo.


Pero pronto un emisario del rey de Irlanda, Morold, llegó a la Corte del Rey Mark para cobrar sus exagerados impuestos. Tristán no pudo permitir tamaña injusticia por lo que lo retó a combate. Tristán terminó por acabarlo, pero recibió una herida del arma envenenada de su contrincante que sólo podía curar la hermana de Morold, Isolda.


Tristán partió así hacia Irlanda para ser curado por la princesa Isolda, pero no dio a conocer su nombre, sino que se hizo pasar por un simple juglar que tocaba muy bien el arpa. Isolda y su madre le curaron su herida de inmediato y Tristán pasó muchos días en la Corte con ellas. Isolda llegó a descubrir, durante estos días, la verdadera identidad de Tristán, el caballero que había dado muerte a su hermano. En un principio ella trató de matarlo mientras él dormía pero enseguida se arrepintió y lo perdonó.


Pero Mark, el Rey de Cornualles le había ordenado a Tristán que pidiera la mano de la princesa Isolda en su nombre y se convierta en la reina de Cornualles. De modo que, para sorpresa de todos, Tristán pidió la mano de Isolda para Mark.


La madre de Isolda, al ver infeliz a su hija, hizo una pócima de amor para que Isolda y Mark la tomaran antes de casarse y de este modo quedaran enamorados.


Pero durante el viaje en barco hacia la corte de Mark, Isolda y Tristán bebieron la pócima por equivocación y ellos fueron los que quedaron perdidamente enamorados. Sin embrago, decidieron separarse apenas llegaron a Cornualles.


Tristán realizó muchas proezas y hazañas en nombre de Isolda hasta que fue mortalmente herido. Pero no quiso recibir la ayuda de Isolda, porque sabía que esto despertaría las sospechas del rey Mark. Tristán fue informado de la existencia de otra curandera que vivía en Bretaña llamada también Isolda. Hacia allí se dirigió e Isolda de Bretaña lo curó. Ella se enamoró de Tristán y el hermano de Isolda de Bretaña le propuso la mano de su hermana. Tristán pensó que casándose con ella lograría olvidar a Isolda de Cornualles pero no sucedió.Así vivió infeliz durante algún tiempo hasta que fue herido nuevamente. Pero Isolda de Bretaña no pudo sanar esa herida por lo que el fiel servidor de Tristán, Kurvenal, que aún permanecía con él, se embarcó a Cornualles diciéndole a Tristán que si volvía en un barco con velas blancas sería porque regresaría con Isolda, la esposa de Mark, de otra forma las velas sería negras como de costumbre.Luego de unos días la nave con velas blancas retornó, pero demasiado tarde, ya que Tristán murió en ese mismo instante. Otra versión dice que Isolda de Bretaña le informó a Tristán que las velas eran negras mientras que en realidad eran blancas. Tristán ya sin esperanzas abandonó sus ganas de vivir y murió desconociendo la verdad.


Cuando Isolda de Cornualles llegó y vio que Tristán había muerto exhaló su último suspiro y murió sobre el cadáver.


Los dos cuerpos fueron transportados a Cornualles, donde se enterraron por tumbas separadas, por orden del Rey Mark. Pero cuenta la leyenda que de la tumba del juglar nació una enredadera que, cruzando las paredes, descendía hasta la tumba de Isolda. La planta fue cortada dos veces por orden del Rey, pero insistía en crecer.


En versiones posteriores una rosa y una vid crecen de las respectivas tumbas y se entrelazan.

Dafne y Fedo (Apolo)


 
 
Dafne se transforma en laurel

         
El primer amor de Febo fue Dafne, la hija del Peneo, hecho que no fue infundido por un pequeño azar, sino por la cruel ira de Cupido. El dios de Delos, engreído por su reciente victoria sobre la serpiente, había visto hacía poco que, tirando de la cuerda, doblaba las extremidades del arco y le había dicho: "¿Qué intentas hacer, desenfrenado niño, con estas armas? Estas armas son propias de mis espaldas; con ellas yo puedo lanzar golpes inevitables contra una bestia salvaje o contra un enemigo, ya que hace poco que he abatido con innumerables saetas a la descomunal Pitón que cubría con su repugnante e hinchado vientre tantas yugadas. Tú conténtate con encender con tu antorcha unos amores que no conozco y no iguales tus victorias con las mías". El hijo de Venus le contestó: "Tu arco lo traspasa todo, Febo, pero el mío te traspasará a ti; cuanto más vayan cediendo ante ti todos los animales, tanto más superará mi gloria a la tuya". Y hendiendo el aire con el batir de sus alas y sin pérdida de tiempo, se posó sobre la cima umbrosa del Parnaso; saca dos flechas de su carcaj repleto, que tiene diversos fines: una ahuyenta el amor, y otra hace que nazca. La que hace brotar el amor es de oro y está provista de una punta aguda y brillante; la que lo ahuyenta es obtusa y tiene plomo bajo la caña. Con esta hiere el dios a la ninfa, hija del Peneo; con la primera atraviesa los huesos de Apolo hasta la médula. El uno ama enseguida; la otra rehuye incluso el nombre del amante; y émula de la virginal Febe, deleitándose en las soledades de las selvas y con los despojos de las bestias salvajes que capturaba, sujetaba con una cinta sus cabellos en desorden. Muchos la pretendían, pero ella, alejando a sus pretendientes, no pudiendo soportar el yugo del hombre y, libre, recorre los bosques sin caminos y no se preocupa del himeneo, ni del amor, ni del matrimonio. Su padre le decía a menudo: "Hija, me debes un yerno". A menudo también le decía: "Hija, me debes unos nietos". Ella, temiendo a las antorchas conyugales como si fuera un crimen, cubría su hermoso rostro con un tímido rubor y, con sus brazos cariñosos rodeando el cuello de su padre, le dijo: "Permíteme, queridísimo padre, gozar por siempre de mi virginidad; lo mismo le había concedido a Diana su padre". Él consiente; "Pero estos encantos que posees, Dafne, son un obstáculo para lo que anhelas y tu hermosura se opone a tu deseo." Febo ama y luego de ver a Dafne desea ardientemente unirse a ella; espera lo que desea y sus oráculos le engañan. A la manera como arde la ligera paja, sacada ya la espiga, o como arde un vallado por el fuego de una antorcha que un caminante por casualidad la ha acercado demasiado o la ha dejado allí al clarear el día, de ese modo el dios se consume en las llamas, así se le abrasa todo su corazón y alimenta con la espera un amor imposible. Conserva su cabellera en desorden que flota sobre su cuello y dice: "¿Qué sería, si se los arreglara?" Ve sus ojos semejantes en su brillo a los astros; ve su boca y no le basta con haberla visto; admira sus dedos, sus manos y sus brazos, aunque no tiene desnuda más de la mitad. Si algo queda oculto, lo cree más hermoso todavía. Ella huye más rápida que la ligera brisa y no se detiene ante estas palabras del que la llama:
          "¡Oh, ninfa, hija de Peneo, detente, te lo suplico!, no te persigo como enemigo; ¡ninfa, párate! El corderillo huye así del lobo, el cervatillo del león, las palomas con sus trémulas alas huyen del águila y cada uno de sus enemigos; yo te persigo a causa de mi amor hacia ti. ¡Hay desdichado de mí! Temo que caigas de bruces o que tus piernas, que no merecen herirse, se vean arañadas por las zarzas, y yo sea causa de tu dolor. Escabrosos son los lugares donde te apresuras; corre más despacio, te ruego, retén la huída; yo te perseguiré más despacio. Sin embargo, pregunta a quién has gustado; no soy un habitante de la montaña, no soy un pastor; no soy un hombre inculto que vigila las vacadas y rebaños. Tú no sabes, imprudente, de quién huyes y por eso huyes. A mí me obedecen el país de Delfos, Claros, Ténedos y la regia Patara; yo tengo por padre a Júpiter, yo soy quien revela el porvenir, el pasado y el presente; por mí los cantos se ajustan al son de las cuerdas. Mi flecha es segura, pero hay una flecha más segura que la mía, la cual ha hecho en mi corazón, antes vacío, esta herida. La medicina es invención mía y por todo el orbe se me llama "el auxiliador" y el poder de las hierbas está sometido a mí. ¡Ay de mí!, que el amor no puede curarse con ninguna hierba y no aprovechan a su dueño las artes que son útiles para todos."
          La hija del Peneo, con tímida carrera, huyó de él cuando estaba a punto de decir más cosas y le dejó con sus palabras inacabadas, siempre bella a sus ojos; los vientos desvelaban sus carnes, sus soplos, llegando sobre ella en sentido contrario, agitaba sus vestidos y la ligera brisa echaba hacia atrás sus cabellos levantados; su huida realzaba más su belleza. Pero el joven dios no puede soportar perder ya más tiempo con dulces palabras y, como el mismo amor le incitaba, sigue sus pasos con redoblada rapidez. Como cuando un perro de la Galia ve una liebre en la llanura al descubierto, se lanzan, el uno para coger la presa, la otra para salvar la vida; el uno parece estar a punto de atraparla y espera conseguirlo y con el hocico alargado le estrecha los pasos, la otra está en la duda de si ha sido cogida y se escapa de esas mordeduras y deja la boca que la tocaba; de ese modo están el dios y la doncella; aquel se apresura por la esperanza, ésta por el temor. Sin embargo, el que persigue, ayudado por las alas del Amor, es más veloz y no necesita descanso; ya se inclina sobre la espalda de la fugitiva y lanza su aliento sobre la cabellera esparcida sobre la nuca. Ella, perdidas las fuerzas, palidece y, vencida por la fatiga de tan vertiginosa fuga, contemplando las aguas del Peneo, dijo: "Auxíliame, padre mío, si los ríos tenéis poder divino; transfórmame y haz que yo pierda la figura por la que he agradado excesivamente".
          Apenas terminada la súplica, una pesada torpeza se apodera de sus miembros, sus delicados senos se ciñen con una tierna corteza, sus cabellos se alargan y se transforman en follaje y sus brazos en ramas; los pies, antes tan rápidos, se adhieren al suelo con raíces hondas y su rostro es rematado por la copa; solamente permanece en ella el brillo. Febo también así la ama y apoyada su diestra en el tronco, todavía siente que su corazón palpita bajo la corteza nueva y, estrechando con sus manos las ramas que reemplazan a sus miembros, da besos a la madera; sin embargo, la madera rehusa sus besos. Y el dios le dijo: "Ya que no puedes ser mi esposa, serás en verdad mi árbol; siempre mi cabellera, mis cítaras y mi carcaj se adornarán contigo. ¡Oh, laurel!, tú acompañarás a los capitanes del Lacio cuando los alegres cantos celebren el triunfo y el Capitolio vea los largos cortejos. Como fidelísima guardiana, tú misma te encontrarás ante las puertas del Augusto y protegerás la corona de encina situada en el centro; así como mi cabeza, cuyos cabellos jamás han sido cortados, permanece joven, de la misma manera la tuya conservará siempre su follaje inalterable". Peán había acabado de hablar; el laurel se inclinó con sus ramas nuevas y pareció que inclinaba la copa como una cabeza.